Crónicas: OSDE TANDILIA 2014

Por Sebastián Buzzalino

Correr el Cruce Tandilia fue casi una decisión de último momento. Ya finalizando el 2013 las ganas de probar en el trail me estaba dando vueltas por la cabeza, pero sentía que todavía no era el momento. El 2013 fue un año duro (el primero completo como corredor, si bien arranqué a correr por octubre de 2012, fue el año que decidí entrenar de verdad, con compromiso, teniendo objetivos claros que cumplir), pasaron muchas carreras, casi veinte, y muchos entrenamientos, sin importar si hacía frío o calor, primavera, otoño, verano o invierno.
A mediados de diciembre, uno de los profesores, Gastón, se acercó y me preguntó si quería que corriéramos juntos el Cruce Tandilia. Lo hablé con Matías, mi entrenador, y dije que sí. Quedaban cuatros semanas completas, buen tiempo para poder ajustar el entrenamiento lo máximo posible y llegar de la mejor manera. El objetivo era poder completar la carrera.
Esas cuatros semanas pasaron rapidísimo, alternando trabajos de cuestas, fortalecimiento en el gimnasio y fondos con mi compañero de aventura, hasta que el día llegó. El sábado 11 de enero de 2014, temprano en la mañana, nos encontramos y emprendimos viaje desde la ciudad de La Plata hacia Tandil. Cerca del mediodía llegamos a destino. Nos encontramos con gente de La Plata que entrena en el grupo de corredores del gimnasio y de ahí fuimos a retirar los kits (en el mismo lugar donde sería la largada más tarde,) y firmar el deslinde para poder participar de la carrera. Si bien había bastante gente esperando para hacer lo mismo, la atención fue buena y no tuvimos que esperar demasiado.

La largada del primer día estaba pactada para las 17 horas, así que una hora antes ya estábamos en el lugar preparados paraventrar en calor y arrancar con los primeros 21 kilómetros. En ese momento la ansiedad ya se empezaba a sentir y las ganas de empezar a correr aumentaban más y más. Como siempre, la entrada en calor me sirvió para bajar un poco las revoluciones. A las 16:45 se habilitó el ingreso a la manga y la organización se encargó de revisar que todos los corredores tuvieran el litro de agua obligatorio para correr, ya sea en mochila o cinturón de hidratación.
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Los momentos previos a la largada siempre son de una mezcla de nerviosismo, adrenalina y emoción; creo que el día que no sienta esa sensación que me recorre el cuerpo antes de largar, voy a dejar de correr. Es lo lindo que tienen las carreras, uno se carga de energía para poder salir a dar el máximo en cada kilómetro. Por lo menos así corro y así lo vivo yo. En este caso se dio por partida doble, ya que era la primera fuera de la calle y la primera en dos etapas dos días distintos. Desde que habíamos llegado a la zona de largada, veníamos hablando mucho con Gastón hasta, pero de repente, ya en la manga, cerca del arco, nos quedamos callados (para él también era debut en el trail); fue una especie de momento de concentración completa, nos metimos de lleno en lo que íbamos a estar enfrentándonos en las próximas casi dos horas. Antes de salir, lo agarré de la cabeza, me acerqué lo máximo que pude a él y le dije “dejemos todo, disfrutemos cada kilómetro, pero dejemos todo”. Él me miró fijo y asintió con la cabeza, y nos quedamos callados. Los dos sabíamos lo que el otro pensaba.
Todo el primer kilómetro, y un poco más también, fue por asfalto y se complicó al principio encontrar nuestro ritmo hasta que la gente se dispersó un poco. Al llegar a la altura de la entrada del Club Banco Provincia, nos desviamos hacia dentro de un campo de eucaliptos. La carrera empezaba a parecerse más a lo que me había imaginado. Seguímos subiendo por la sierra, pasando por zonas de campo con sectores en donde correr se complicaba mucho por la gran cantidad de piedras (en muchos casos no se podía correr, había que pasarlas caminando). Llegando al kilómetro 6 de esa primer etapa nos encontramos en la máxima altura del recorrido: 376 msnm; (habíamos largado a 200 msnm), algo impensado meses antes para mí.
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A esta altura de la carrera, ya nos dimos cuenta que en las subidas Gastón podía mantener el ritmo con más facilidad (me costaban más a mí), pero que en las bajadas yo avanzaba con más soltura. La carrera sola nos acomodó así: cuando había que trepar la sierra él iba adelante, pero en las zonas que nos tirábamos, el que iba adelante era yo. Esa fue nuestra forma de correr durante todo ese día. Sin darnos cuenta llegamos hasta el kilómetro 9. A partir de ahí tuvimos una subida bastante complicada y técnica, con muchas piedras.
De ahí, nos encontramos con una bajada pronunciada que nos sirvió para tomar aire y dejarnos caer. Creo que fue de las sensaciones más hermosas que sentí corriendo; venir con las piernas bastante cargadas después de una trepada que se hacía respetar y dejarse caer corriendo a la máxima velocidad posible. Es lo más parecido a volar, se siente muy pero muy bien. Fue fundamental el aliento de Gastón para que podamos seguir, porque si bien no me sentía agotado, estaba bastante cansado y tendía a aflojar un poco el ritmo.
A partir del kilómetro 18 la etapa se volvió prácticamente mental. Las ganas de llegar, y ver que íbamos a buen ritmo y que podíamos terminar con un buen tiempo pudieron más que el cansancio corporal. Al ir acercándonos a la meta, ya se iba escuchando la voz que relataba la llegada de los demás competidores y eso hizo que aceleráramos un poco más el ritmo. Una hora y cincuenta y tres minutos después de haber largado, estábamos cruzando el arco. Nos fundimos en un abrazo, sabiendo que habíamos hecho una muy buena etapa para nuestras expectativas pero también que había que descansar bien porque al otro día teníamos que enfrentarnos con los mismos kilómetros. No iba a ser fácil. Esa noche cenamos y nos fuimos a dormir casi sin hablar, un poco por el cansancio y un poco porque no queríamos especular mucho con el segundo día. Yo tenía la idea en la cabeza que íbamos a correr más a “sensación”, dejando el trayecto nos marque el ritmo.
El domingo arrancaba la segunda etapa, en el mismo lugar que el sábado, pero esta vez a las 9 de la mañana. El ritual fue casi el mismo que el primer día. Sentíamos el cuerpo un poco más pesado que el día anterior, por la carga de los primeros 21 kilómetros, pero las ganas de terminar con el Cruce eran grandes, lo que hizo que casi ni pensáramos en la fatiga del sábado.

Esta vez, antes de largar, quedamos que íbamos a salir un poco más adelante y más rápido para tratar de evitar el amontonamiento de gente de los primeros metros de la carrera y poder correr con mayor comodidad. Al igual que el sábado casi los primeros dos kilómetros fueron por asfalto hasta adentrarnos en una zona de campos. Ni bien arrancamos tuvimos que atravesar un sendero bastante angosto, con tupidos cardos a ambos costados, por lo que se corría bastante despacio y al ritmo de la fila (tampoco se podía pasar a nadie porque el sendero no te lo permitía).
Luego de pasar por el kilómetro 3 tuvimos que atravesar un puente que cruzaba el Lago del Fuerte. Este fue otro de los momentos que me van a quedar guardados para siempre en mi cabeza, la gente de la ciudad se había acercado y arengaba. Si bien este día en principio era más rápido y menos técnico, con el correr de los kilómetros fue más difícil mantener el ritmo, cada cuesta parecía interminable y en muchas no nos quedó otra opción que caminar.
En el kilómetro 12 mis piernas ya parecían que no querían correr más, las sentía a punto de contracturarse, así que le avisé a Gastón y como él se sentía mejor, y en un gesto de grandeza, me dijo que corriera adelante, que marcara el ritmo que él me empujaba de atrás si veía que me venía muy abajo. Sabíamos que hasta el kilómetro 14 el recorrido era predominantemente en bajada, que de ahí había que subir unos 100 metros hasta el kilómetro 16 para luego descender hasta la llegada. Era cuestión de mentalizarse en que no quedaba casi nada de recorrido.

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Mis recuerdos de la última parte de la segunda etapa son medios borrosos, creo que en parte fue por el cansancio acumulado entre los dos días, sumado a que este día, si bien la temperatura no era excesivamente elevada, el sol pegaba bastante fuerte. El primer día, había una brisa que ayudaba a que no se sintiera tanto el calor. Casi llegando a la meta, ya hacía un rato largo que escuchábamos a una especie de relator anunciando a los competidores que iban llegando, no podía mantener el ritmo, corría cada vez más despacio. En ese momento nos pasó Rodrigo “Ropo” Lizama mientras gritaba “HUEEEEEVO BUZZALINOOOO”! La palabra justa para llenarse de fuerza y poder seguir.
Cruzamos la meta agarrados de la mano con Gastón, lo habíamos conseguido. Los últimos cuatro kilómetros habían sido muy duros para mí, sé que él tenía un poco de resto físico. Nos abrazamos, yo con algunas lágrimas en los ojos, mezcla del esfuerzo y de la emoción de haber terminado mi primera carrera de trial. Completamos la segunda etapa en 2 horas y 3 minutos, con un tiempo total de 3 horas y 56 minutos (nos habíamos propuesto hacerla por debajo de las 4 horas, así que el objetivo estaba más que cumplido). La otra parte que me encanta de las carreras y que es uno de los motores por lo que sigo corriendo, esa emoción cada vez que cruzás un arco de llegada. Es incomparable, creo que no hay otra cosa en el mundo que movilicé las cosas que moviliza, más aún cuando se cumple un objetivo, sabiendo todo el esfuerzo, sacrificio y voluntad que hay que poner para conseguirlo. Miré al cielo, le agradecí a mi abuelo, como en todas las carreras y disfruté. Disfruté haber llegado.
Mi balance del Cruce Tandilia es absolutamente positivo. Es una carrera que está muy bien pensada, tiene un circuito que por un lado es bastante técnico (el primer día) y requiere de ciertas habilidades en la montaña y por el otro (el segundo día) te permite correr más libre y a mayor velocidad. Creo que esta carrera abrió una nueva puerta en mi vida que es la del trail running, y es mi recomendación a cualquier corredor que pase por esta experiencia, completamente distinta a una carrera de calle que implica otro tipo de desafío y esfuerzo pero que también se disfruta.

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