Opinión: Héroes, entre comillas

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Primero lo primero: somos todos grandes y a nadie le gusta que le digan lo que tiene hacer o no lo que no tiene que hacer. O lo que puede o no puede hacer. Mucho menos si es un anónimo o un desconocido opinando gratis en las redes sociales, como yo. Así que, aclaro, lo que viene a continuación es a título absolutamente personal sobre lo que yo viví, como liebre (es un decir), como hincha y como espectador en el Maratón de Buenos Aires del domingo pasado.

Hace casi dos años que soy corredor y noto una creciente histeria entre el runner que quiere correr un maratón a lo que dé lugar. Lo dije antes pero lo repito: no soy quién para decirle a nadie lo que tiene o puede hacer. Pero percibo cada vez más intensamente que hay personas que consideran que se reciben de runners corriendo un 10k, y ya se consideran preparadas para distancias más largas, en lugar de mejorar en las que ya corren, o aprender a dominar esas distancias hasta dar el salto a otras. No sé de dónde sacaron que correr más largo lo convierte a uno en mejor corredor (acaso porque cancherear en la oficina con un 42k o con haber corrido El Cruce sea más redituable que decir que hiciste 18 minutos en el 5k de la pindonga). Por mi caso, aguante la pindonga.

Todo esto es puro prejuicio mío que soy un malpensado. Lo admito. Pero el que siente que tiene que estar sí o sí en un maratón, le cuento que hay un montón de otras formas de participar, de sentirse parte, sin quemar etapas ni terminar reventado en el kilómetro 38 (como vi a mansalva el domingo pasado) ni lastimado semanas antes de correr.

Y porque además de malpensado soy un caradura, cuando leí que Pablo, un compañero de team, estaba buscando una liebre para que lo acompañara los últimos 12 kilómetros, me ofrecí. Pablo, evidentemente, está más loco que yo y aceptó. Desde ese día hasta el domingo a la mañana, antes de la carrera, estuve en pánico pensando que me iba mandar alguna cagada y arruinarle la carrera a Pablo: llegar tarde al punto de encuentro (o no llegar nunca, o perderme en el camino), hacerlo caer por cruzarme en su camino, ir muy rápido y quemarlo, ir muy lento y arruinarle la marca… Mi imaginación es frondosa a veces. Por suerte no pasó nada de eso, y Pablo, que corre hace años y encara seriamente el entrenamiento para maratón como corresponde, pudo terminar la carrera mejorando su marca (los detalles se los dejó a él, que seguramente los contará en su sitio runntheworld.com).

Y finalmente llego a lo que quería contar: no sólo pude ser parte del Maratón de Buenos Aires gracias a la generosidad de Pablo, que me dejó correr con él, sino que además fui testigo (con varios compañeros de team que íbamos rumbo al kilómetro 30) del paso de los líderes, le pudimos dejar nuestros gritos de aliento a Mastromarino, que en ese momento iba tercero levantando el ritmo, y a Luis Molina que estaba por el octavo lugar, sintiendo el esfuerzo de tantas carreras en los últimos meses. Y también nos enteramos, cuando estábamos reunidos con un montón de gente en el 30, de la victoria del Colo (yo, que lo había visto casi 200 metros atrás de los keniatas, no lo podía creer; me acuerdo que estaba Sofía Cantilo leyendo la noticia en el teléfono y le dije como veinte veces que se fijara bien, que no podía ser). Y también, poder compartir con un montón de gente la fiesta que es el postcarrera para todos: los que corrieron, los que acompañaron, los que alentaron.

No hay moraleja, ni conclusión ni nada que se le parezca; no soy quien para recomendarle a nadie lo que tiene que hacer. Sólo quería aportar un relato breve de todo lo que se puede vivir acompañando en un maratón, y dejando en claro que, a veces, es mejor entrenar por más tiempo y dejar las largas distancias para más adelante. Maratones organizan todos los años; estamos demasiado acostumbrados a los runners héroes que empujan los límites y que juegan a los ironman de oficina. Que cada uno haga lo que quiera.

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