Cuando finalmente supe que correría el maratón de Chicago, me propuse contar la experiencia previa, el durante y el después en el libro que estoy escribiendo. Primero, me planteé la necesidad de hacerlo para adentro. Más allá del éxito de su publicación, del marketing de ventas y del fin literario del mismo, necesitaba usarlo a modo de bitácora personal, independientemente de su resultado externo, de si entusiasmaba e inspiraba a alguien o si servía como disparador de ciertos temas. En realidad -me di cuenta después-, todo el libro, que empecé a redactar, garabatos más garabatos menos, casi al mismo tiempo que empecé a correr, es un testimonial de lo que siento como corredor, de lo que observo, de mis experiencias pasadas y de la transformación que sufrí. Porque pienso que toda transformación merece ser contada. Y es el maratón precisamente la parte final, o la del comienzo (es una pregunta que me haré más adelante), de esa transformación.
El maratón es un perfecto cierre de etapa, un broche de oro, y no por la marca que pueda generar en mi debut, sino por el mismo hecho de cruzar la meta, con mi amor esperándome en la llegada. Para alguien que viene de una historia de vida (como la de muchos que comenzaron en el running) de puro sedentarismo, inseguridades personales y mucho miedo de pertenecer a mi cuerpo, es un triunfo. Para mí, se trataba de pertenecer al mundo y no a lo sagrado de mi cuerpo, de pertenecer a una sociedad antes que a mi propia mente. Luego, mi historia se distancia -o no- en términos específicos. Valores que se modificaron, contexto familiar, desafíos y algún que otro traspié. El maratón es tan solo una parte de todo aquello, aunque su preparación, y no hablo solamente desde lo físico, me resultó y resulta fundamental para entender mi metamorfósis como corredor, pero sobre todo como persona. Porque como repito insistentemente en esas páginas que algún día publicaré, correr es la vida misma. Es crecer como corredor o atleta, pero también -y principalmente- como persona. 42 kilómetros son más que 42 razones de por qué elegí vivir esta vida y de ésta manera, pero al menos intentaré, primero para conmigo mismo y mi necesidad de encontrar respuestas, y luego para con quien decida leerlo, encontrar la explicación de por qué elegí vivir el viaje de ida. Mi viaje de vida.
Fragmento de Un viaje de ida
Como corredor, pocas veces he sentido el vacío que significa la falta de motivación para salir a hacer la actividad lo más naturalmente posible. Correr por correr, sin apuros, sin presiones. Mucho menos me he sentido colapsado, al borde del abismo, incluso después de terminar una sesión de entrenamiento. También en la vida me he sentido abarrotado de pensamientos, de crisis internas, de inseguridades… Pero con el hecho de correr no me había pasado nunca hasta un momento en particular. Y entonces, es cuando volví a trazar aquel famoso paralelismo en estas y otras páginas:: Correr es vivir. A lo largo de la preparación para el maratón escuché frases que pedían permiso entre molestias, tal vez para recordarme por qué corría, cuál era el objetivo de esto y cuál mi historia. Porque a decir verdad, cada corredor tiene la suya. Correr no sería igual sin una historia que contar. Suena a paradoja, una actividad cuidadosamente silenciosa, que detrás tenga una historia para ser contada en voz alta en un cuaderno de entrenamiento, en una charla con amigos asado de por medio, en la mesa familiar, con la pareja, en un libro. En nuestra mente.
Una de aquellas frases que me quedó dando vueltas en la cabeza ocurrió en agosto, cuando faltaba poco más de un mes para el maratón y en medio de una recuperación por una pequeña lesión. Me la dijo mi buen amigo Diego Fernández, record cordobés en los 100m llano en la categoría master: “Un poco arruinamos esto de ‘correr’ cuando empezamos a buscar tiempos, marcas. Sino, sería muy divertido”. Se puede decir que aquello me marcó. Y entonces todo volvió a su curso normal, a la premisa que había abandonado (no me arrepiento) para buscar nuevos desafíos, pero que sentía, después de crecer también como persona, que era el fin mismo de correr. Una metamórfosis que también se observa en estas páginas, desde los principios hasta los desafíos personales o la presión que generaba tal o cual carrera. Y uno de esos estados, tal vez uno fundamental para quienes entramos en este mundo por la ventana, era divertirme. Volvería a intentar divertirme. Volvería a apreciar cada uno de los kilómetros que corriera, a mirar hacia los costados para dar dimensión al paisaje, esta vez del maratón. Después de todo, nunca me hubiese imaginado poder hacerlo y ahora que lo haría, no quería dejar pasar la historia. La historia del inseguro que perdió 25 kg para ganar calidad de vida. La del joven que cambió días tomando whisky a escondidas por días de auto descubrimiento mientras corría, y corría. La historia del que se despojó de la ambición y la vanidad, y adoptó la austeridad como forma de ver muchas cosas de la vida. La del que tímidamente se largó a correr más de 5 kilómetros y hoy, cuatro años después, entrenó para un maratón de 42 kilómetros.
La historia de un corredor más entre 42.000 que ese 11 de octubre, en Chicago, quiere cruzar la meta de uno de los maratones más emblemáticos del mundo. Porque es la historia de muchos de los que empiezan a correr, con o sin el maratón en el horizonte, pero intentando superarse día a día. Luchar con uno mismo, ganarse, conquistarse. Correr para volver a nacer cada día y respirar aire puro. Cerrar un ciclo, abrir otro. Emprender el viaje de ida.
Esa era mi historia. Esta es mi historia.
Periodista, comunicador y corredor de fondo. Maratonista.