10k en casa: puede fallar

reves

Pensé que iba a ser la mejor carrera de mi vida y fue la peor.
Lo bueno es que aprendí que el plan de carrera se respeta a rajatabla, pase lo que pase. No importa cuán entrenado me crea estar, o que se corra en mi casa por donde entreno siempre. Las calles son todas iguales, en Tigre, en Palermo o en donde sea. Conocer el asfalto no tiene sentido: es idéntico en todas partes. Ya lo aprendí para la próxima.

Antes de largar

A las 8 y media de la mañana ya entré en calor y elongué un poco. El sol pega fuerte.
Tengo miedo de que se largue demasiado tarde (el año pasado se largó con más de media hora de retraso). Por suerte son sólo 10 minutos de espera. Como siempre en Tigre, un quilombo la salida: nenes, señoras que salen caminando, una piba con short de jean al trote entre los que salen a 3’30 el mil. En fin.

Fium

Esquivo el quilombo, paso la rotonda y bajo el puente bien fium. A los 500 metros se me pone al lado y me saluda un corredor del team AZ; habíamos compartido viaje en tren desde Palermo a Retiro el día del maratón de Buenos Aires. Vamos corriendo juntos varios kilómetros.
Pasan los parciales, palo y palo, parejo al ritmo que quiero mantener. En el kilómetro 4 me lo cruzo a mi viejo que iba caminando por la costa (cosas que pasan cuando corrés por tu barrio).
Antes de llegar al kilómetro 5 hay un puente, y antes del puente me pega el viento de frente en el pecho y me frena. Listo, perdí. Empiezo a pagar los kilómetros que corrí, ahora me doy cuenta, un poco demasiado rápido. Antes de llegar al puente ya estoy sufriendo.

No fium

El circuito de Tigre es sencillo: desde la largada se cruza un puente y se hace la conocida vuelta por la costa (de unos 5 kilómetros, aproximadamente); luego se cruza de vuelta el puente en sentido inverso, y se completa el recorrido con una ida y vuelta por la avenida Cazón, con lo que más o menos se llega a una distancia cercana a los 10k. El puente marca la mitad del recorrido.

Está mi mujer, esperándome con mi hija para alentarme. Les pedí que se pusieran ahí, puntualmente, para tener un empujón anímico en la mitad de la carrera. Paso rápido, las veo, les grito algo (no tengo aire, no sé cómo hice), me saludan.
Sigo.
Hace calor, el viento en contra no ayuda, faltan 500 metros para el segundo puesto de hidratación. El chico del AZ se me fue a 20, 30 metros. Sólo lo voy a ver de cerca de nuevo en la llegada (después de la llegada, en realidad). La paso mal en el camino recto; son casi 4 kilómetros compuestos de dos rectas interminables abajo del rayo del sol. Sufro más la falta de aire que en las piernas.
Ya me estoy puteando abiertamente cuando llego al retome final. Final entre comillas, porque ahora sólo restan 2 kilómetros en línea recta, rematados con una pequeña cuesta antes de los últimos 200 metros.
Me quiero ir a mi casa.
El problema es que mi casa queda al lado de la llegada, así que no me queda otra que hacer más que correr. El parcial del kilómetro 7 me da más de 10 segundos más lentos que lo planificado. Bah, “planificado”. Imaginado más bien.

Final

Voy contando las cuadras que pasan. Por la numeración de las calles me voy dando aliento: sé que la última es al 1500, arranqué el retome en el 0 de Cazón. De la mano de enfrente va el grueso de los corredores, el pelotón del medio, digamos. Alguien me grita “Vamos Accyona” (estoy 100% seguro de eso). La remera es una marca registrada, Santoro.
Llego por fin al puente de nuevo, ya se termina. No sé de dónde saco fuerza para correr un poco más fuerte. Tengo a un corredor de musculosa verde a unos metros; a ese lo tengo que pasar, me digo. Lo paso.
Mi mujer me grita de nuevo: me están esperando cerca de la llegada. Faltan, creo, 200 metros. Corro fuerte, ahora sí. Cruzo el arco. El cronómetro marca menos de 40 minutos.
Le faltan muchos metros a este circuito. Demasiados.

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