Shalane Flanagan, la garantía del maratón femenino estadounidense

La gesta histórica de Shalane Flanagan en Nueva York, más allá de la emoción y el desahogo a grito de “Fuck yes” de la corredora de Portland a metros de la llegada, ha puesto en jaque la dominación africana en el maratón femenino y ha demorado tan solo parcialmente un completo recambio en Estados Unidos. Hasta que ella diga “basta”, Flanagan ha dejado en claro que, como lo había anticipado previo a NYC, está en un gran momento. La foto de Flanagan al cruzar la meta en Tavern on the Green representa su lucha, sí, pero también es el símbolo de un puñado de una nutrida tropa de maratonistas que viene abriéndose paso en Estados Unidos. Que las africanas, que su edad, que la grave lesión que sufrió en la espalda baja y que la obligó a bajarse de Boston hace sólo nueve meses, Shalane Flanagan tachó cualquier pronóstico y por un buen rato acaparó la atención de los millones de espectadores que miraban el maratón de Nueva York por tevé, incluso haciéndonos olvidar que veinte minutos más atrás, en la Quinta Avenida, venían Kamwowror (finalmente vencedor) y Kipsang luchando por el título masculino.

La victoria de Shalane empezó su desenlace en el Madison Bridge, al salir del Bronx, poco después del kilómetro 32. Shalane se sacó los guantes, les dio un beso y los tiró. Había empezado un paulatino pero firme cambio de ritmo que tanto la keniata Mary Keitany como la etíope Mamitu Daska no pudieron -o no supieron- responder. Fiel a su propia historia, a su estilo estoico y embravecido que en 2010 la llevó a ser segunda en esta misma ciudad, o que la tuvo como líder absoluto durante treinta kilómetros en el maratón de Boston 2014, esta vez fue más inteligente, más madura y afrontó riesgos más sobre al final que al comienzo, con menos que perder. Shalane Flanagan ganó el maratón de Nueva York con 2h26m53s, a pesar de lo que se presumía, de manera holgada por sobre Keitany, que buscaba su cuarta corona consecutiva en Nueva York intentando acercarse al récord de nueve, de Grete Waitz.

El domingo 5 de noviembre, Shalane Flanagan, que hace nueve meses se fracturó la espalda baja después de resbalar mientras entrenaba en la nieve de Portland, sumó el capítulo más estelar a su historia. Producto de la lesión se bajó de Boston, cambió su mecánica de carrera, volvió a los entrenamientos y fue cuarta en los trials para el Mundial de Londres 2017 en diez mil metros. Además, publicó un libro sobre nutrición junto a su ex compañera en Oregon Elise Kopecky, Run Fast, Eat Slow.. Poco tiempo antes de la carrera de otoño, afirmó en una entrevista con -el periodista de Sport IllustratedChris Chavez, que ganar en Nueva York era su sueño, y que equivaldría a ser campeón de un Super Bowl o la NBA. También sugirió que una victoria en la tierra conquistada por Fred Lebow podría ser una gran manera de terminar su carrera.

Su epopeya en el maratón de los cinco distritos alcanza un estatus aún mayor cuando hay que recurrir a la memoria: pasaron cuarenta años desde la última vez que una americana había ganado en Nueva York (Miki Gorman, 1977). Números que apenas alcanzan para reflejar el caso de una luchadora incansable como Flanagan, que además posee una medalla de plata en los diez mil metros de Beijing 2008, después del doping positivo de Elvan Abdeylegess; un segundo puesto en su debut en maratón (en la mismísima Nueva York, en 2010), un sexto puesto en el maratón de Río 2016 y el segundo mejor registro de la historia de Estados Unidos en maratón, sólo detrás de Deena Kastor.

Shalane encarna el puente entre una generación de mujeres maratonistas que cosechó títulos, récords nacionales, grandes actuaciones en Juegos Olímpicos y Mundiales, y también en Majors. Deena Kastor puso la piedra fundacional con la medalla de bronce en el maratón olímpico de Atenas y su triunfo en el maratón de Londres 2006, algo que continuó Kara Goucher con su medalla de plata en los diez mil metros en los mundiales de Osaka 2007; o las buenas actuaciones de Desiree Linden, sólo por mencionar algunas atletas. Atrás, corredoras jóvenes y fuertes vienen a sucederles. Molly Huddle corrió en Nueva York en 2016 y fue tercera, con un tiempo de 2h28m13s, el tercer mejor registro para una americana en su debut en maratón. Jordan Hasay, después de sus impresionantes performances en la ruta en medio maratón, en 2017 fue tercera en Boston y Chicago, esta última con 2h20m57s, el mejor tiempo en suelo americano para una atleta estadounidense. Amy Cragg, que había ganado los trials en Los Ángeles para Río 2016 el día en que esperó a Shalane en la meta para sostenerla, fue medalla de bronce en el maratón mundialista de Londres, en agosto de este año.

Después de sus primeros intentos en maratón, Sara Hall fue quinta en Frankfurt con un registro de 2h27m21s, mientras que las atletas del -proyecto Hoka One One- Northern Arizona Elite, Kellyn Taylor, octava en Nueva York con 2h29m56s y Stephanie Bruce, décima con 2h31m44s, son tan solo algunas de las protagonistas de la generación que viene. Shalane demostró, después del domingo 5 de noviembre, que ese nexo entre dos generaciones está intacto.

Molly Huddle en el maratón de Nueva York, en 2016 (Foto @steffbch)
Molly Huddle en el maratón de Nueva York, en 2016 (Foto @steffbch)

Si el maratón masculino está monopolizado por Eliud Kipchoge y la armada de etíopes y keniatas que vienen detrás suyo, en las mujeres la discusión es abierta y equitativa entre África y Occidente. En la rama maratón masculina, sólo algunas victorias de africanos nacionalizados estadounidenses como Meb Keflezighi, o la victoria de Galen Rupp en Chicago junto a su medalla de bronce en Río, pueden contrastar. Los equipos de Oregon son los únicos que han demostrado tener un plan para emular la empresa natural del fondo del Valle de Rift o Adis Abeba.

Chicago demostró que aquel debut de Hasay en Boston no era casualidad, como tampoco lo fue el bronce de Rupp en el maratón olímpico de Río. En Nueva York fue el turno de Jerry Schumacher, el experimentado coach del Bowerman TC, la antítesis del proyecto de Salazar, un club más abierto y menos celoso pero con métodos similares de entrenamiento siempre apoyados por recursos innovadores de la mano de Nike. El recambio generacional, ayudado con nuevas tecnologías, es una especie de manual de estilo digno de imitar en todo Estados Unidos y buena parte del mundo en donde Argentina, con todos los escollos, tiene muchos modelos que inspiran a seguir.

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